Epifanía doméstica de la nostagia pura

Contención. He ahí la palabra. Más allá de la brevedad, Rafael Romero se decanta por la contención; es decir, delimita el espacio en función no de lo que una historia pueda extenderse, sino de lo que pueda provocar conteniéndola o condensándola en un espacio concreto. De ahí que sus relatos se perciban como escenas escogidas, como alegorías, como trozos de historias que posiblemente empezaron antes y acabaron después; detalle curioso y significativo, puesto que se entiende como un reto para el lector, quien decidirá cómo afrontarlos en la intimidad de la lectura. Además de esta peculiaridad, acaso baladí, cabe resaltar la destreza de Romero no sólo de ser preciso sino de asombrar y de generar atmósferas capaces de transmitirnos un cúmulo de sensaciones variadas mediante descripciones y personajes que trascienden el papel impreso. Por ello, me atrevo a decir que ninguno de los relatos aquí reunidos dejará al lector indiferente. En la heterogeneidad y originalidad de Epifanía doméstica de la nostalgia pura se esconde el oficio de un Romero que arrancó —allá por 1996— a tientas, atreviéndose, movido por un impulso más emocional que racional, dando fe de una gran capacidad para observar y transformar lo observado —y lo vivido— en literatura. Nos encontramos, pues, ante de las voces más sustanciales de la narrativa guatemalteca.