Relatos íntimos, casi confesiones del autor. Una mirada a su mundo. Una mirada sin embargo distante, irónica, aunque sin duda amable. Una especie de complaciente lamento sobre el irrecuperable pasado. En estos relatos el pasado empuja irrefrenablemente. En Éric T, el narrador va a un prostíbulo en el que un franciscano, falso o no, relata la historia de la mujer de Lot, y ese mismo narrador asiste, años más tarde, al Orfeo e Eurídice de Gluck en la Ópera de Salzburgo: volver la cabeza, mirar atrás se convierte en el eje obsesivo de este primer relato. Y lo que es explícito en Éric T late más o menos oculto en muchos de estos cuentos. El pasado no es en ellos una simple referencia temporal. Va más allá. El pasado es el argumento, la materia secreta, de casi todas las historias. Son relatos urbanos. Los automóviles, los aviones, los aeropuertos, las oficinas, los teléfonos móviles, los ordenadores imponen sus reglas. La ciudad dicta su ley sobre los personajes. Ciento cincuenta euros transita por un avión, un bar de copas, un bufete de abogados y el cementerio. En La llamada de Bruna una mujer habla por teléfono desde un automóvil con alguien de identidad imposible. Solo eso. La ciudad laberíntica y opresiva protagoniza Una pluma de cuervo en la guantera: dos personas quieren salir al campo en automóvil. La salida más corta está al norte de la ciudad pero no están consiguiendo llegar allí. El campo ¿no será solo un concepto una idea?, dice una de ellas. Los personajes no son los aristócratas y plutócratas de Proust o de Scott Fitzgerald, pero pertenecen a esa clase de gente que no tiene problemas para llegar a fin de mes: son empresarios, directivos de empresa, abogados. Algo así como los suburbanites de Cheveer. El autor no se detiene, sin embargo, en sus vidas profesionales o laborales, prefiere abordar sus sentimientos, sus frustraciones Sus dramas personales y familiares. Son personas atrapadas en sus roles sociales, angustiadas por el cumplimiento obsesivo de sus deberes profesionales. Gentes que son incapaces de abandonar sus esquemas, incapaces de abandonar la lucha y sacrificios que impone el logro de sus éxitos, de dar rienda libre a sus deseos. El protagonista de La amiga de mi hija se deja llevar al aeropuerto por la muy bella e interesante amiga de su hija, una joven que le atrae sobremanera, una joven que sin duda trata de seducirlo, y cuando ella le pregunta, con una mano en su muslo, en qué vuelo va a regresar, siente pánico y le dice que no tiene cerrada la vuelta. La protagonista de No le mande flores a tu madre no acude al velatorio de su madre para no faltar a una reunión de negocios y deja que una hoja de papel con el número de teléfono de su vecino de asiento en un reciente viaje en avión, persona con la que desea romper su vacía vida matrimonial, se le vaya por la alcantarilla durante un aguacero. Y eso para no llegar tarde y sin peinar a la reunión Ese frustrante autocontrol, esa renuncia a la aventura, esas angustiosas represiones, se abordan, sin embargo, con un ligero y comprensivo humor. No se caricaturiza a nadie. No se es cruel con nadie. Son cuentos realistas que, como los de Carver, Wolf y otros seguidores de Chejov, renuncian a la parodia. Se describe simplemente lo que pasa. No se va más allá. Sin juicios de valor. Lo que pasa en el corazón de esa gente es suficiente. Esos directivos de empresa y profesionales de éxito tienen para el autor derecho a la indulgencia como cualquier otra persona.
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