El alma y la piedra
Desde la urgencia del instante, inmersa en estos poemas como una necesidad más existencial que artística, se desgranan, por etapas no cronológicas, impacientes visiones del alma que buscan a través de las sombras —las suyas propias, las colaterales y la penumbra misma que estructura el lenguaje— los senderos escurridizos pero definitivos, y a menudo crueles, de las iluminaciones. La piedra es la señal de una cristalización ulterior a ese caótico viaje de aprendizaje, muerte y renacimiento; la piedra como constancia del fracaso del alma singular cuya metamorfosis se verá cíclicamente interrumpida, a la vez que como justificación o signo impersonal e imperfecto del sacrificio. Es el registro de la iniciación que tiende hacia una transubstanciación. Estos textos vendrían a ser apenas un vago rastro anticipado que solo deja entrever una pequeña y confusa porción de las incógnitas que se encierran en la idea, penosamente recurrente, de alguna salvación, a la que se interpone la paradójica necesidad de incertidumbre y de tinieblas como terreno fértil para el nacimiento de las a menudo muertas, pero inapagables, estrellas de la fe.
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